Gabriel Lasen Santos
“LIDERA TUS EMOCIONES"
Actualizado: 6 may
El Poder de las Emociones
El mundo de hoy vive en una constante clasificación que busca encasillar todo lo posible. Es un mecanismo que nos permite aceptar lo que consensualmente está bien y desterrar todo aquello que revista de un carácter negativo. Esto ha llegado al mundo emocional donde pareciera que aceptamos la existencia de emociones malas, de las cuales hay que alejarse y escapar para no ser dañados o afectados. ¿Son efectivamente malas las emociones?, ¿es conveniente sacarlas de nuestras vidas para que no nos afecten y nos dañen?, ¿qué oportunidades nos ofrecen esas emociones? ....(The Newfield Network).
Fundando nuestro Saber
Somos habitantes del mundo bajo el alero de una cultura occidental. Este contexto ha desarrollado países, creado comunidades y condicionado nuestra forma de vivir, lo que nos entrega ciertos atributos diferenciadores con todo lo “otro”, que llamamos oriente. El hacer occidental ha sido el resultado de aciertos, procesos, dolores, encuentros, felicidades, guerras, sufrimiento y una serie de eventos que explican cómo somos y qué somos hoy.
Al mirar el quehacer occidental es interesante analizar dónde nos encontramos los habitantes de hoy. Para ello es oportuno parar un poco para poder observar hacia nuestra historia y realizar un diagnóstico que, sin buscar responsables sino que viendo los resultados, pueda presentar los hechos que, como plantea Rafael Echeverría en su libro “Ontología del Lenguaje”, “está(n) gestando una nueva y radicalmente diferente comprensión de los seres humanos”.
Desde Grecia a la actualidad hemos cambiado, adaptado y transformado en innumerables ocasiones nuestra propia concepción. Dicho proceso muestra una continuidad que, aunque a veces resulte difícil seguir la huella, tiene una coherencia histórica que nos permite reconocer que la herencia cultural no se pierde y, por lo tanto, no somos el desarrollo sólo del presente, sino el resultado en cadena de distintos procesos transformacionales y consecutivos. En el ser de hoy están presentes los hechos más recientes, como aquellos que nos acompañan desde hace siglos, tanto así que es posible afirmar que “hemos evolucionado dentro de esta deriva metafísica inaugurada en la Grecia Antigua. Somos, en este sentido, fieles herederos de estos primeros metafísicos griegos” .
En nuestra historia reciente un gran proceso transformacional se generó a partir del teocentrismo medieval. Bajo esta corriente, Dios es el centro de todo y la existencia de los hombres sobre la tierra era concebida como un paso hacia la esperada vida eterna. En respuesta a esta visión teocéntrica el ser occidental cambió el foco, desde la orientación a Dios a fijar el centro en el hombre, lo que implicó el desarrollo del antropocentrismo. Consecuencia directa de esto en el Renacimiento fue la revaloración del mundo y del ser humano.
En un mundo centrado en el hombre, surgieron movimientos que buscaron entender al hombre como un ser racional, que es el comienzo del desarrollo del ser moderno. El impulsor de este proceso de cambio fue René Descartes, filósofo francés del siglo XVII, quién a través del desarrollo del cartesianismo “estableció que el pensamiento es la base para entender a los seres humanos, convirtiéndonos en el tipo de ser que somos, donde la base del ser es la razón; es esto que nos hace humanos” . De aquí surge su frase más conocida y por la cual a todos nos suena Descartes: “yo pienso, luego soy” (algunos la traducen como: pienso luego existo), la base del racionalismo.
Como plantea Echeverría en “Ontología del Lenguaje”, posterior a Descartes surgen desarrolladores en distintas disciplinas, como la filosofía, biología, psicología, entre otras. A fines del siglo XIX y durante el XX, es decir
recientemente, surgen en el mundo de la filosofía tres grandes pensadores del ser occidental: Friedrich Nietzsche (1844-1900), Martín Heidegger (1889-1976) y Ludwig Wittgenstein (1889-1951), que desafiaron el programa metafísico cartesiano, desarrollando los principios del giro lingüístico, “donde el lenguaje pareciera haber tomado el lugar de privilegio, que por siglos ocupará la razón”. Esto configuró al ser actual como un ser lingüístico, posicionando el habla y su capacidad creadora por sobre la razón. “La razón es un tipo de experiencia humana que deriva del lenguaje. El lenguaje es primario”.
Como consecuencia, el ser occidental de hoy es lingüístico-racional. Vivimos en un mundo donde todo es explicado (racionalizado) bajo herramientas de medición. Los países son mejores o peores según la capacidad de generar productos internamente, estamos llenos de indicadores de desarrollo y competitividad, nuestros hijos están mejor posicionados si sus promedios de notas bordean el 7 y una buena campaña electoral es la que promete aumentar los indicadores claves aunque a veces ni siquiera sepamos qué significan, son solo cifras o porcentajes. Esta realidad muestra una desvinculación con las emociones y con el espacio que tienen en nuestras vidas. Se ha negado por años la importancia de las emociones dentro del ser de hoy, desarrollando una especie de ostracismo emocional.
El Ser de hoy, ¿Ser sin EMOCIONES?
Somos seres lingüísticos, pensantes y racionales, lo que no implica la erradicación del mundo emocional. Muchas veces postergamos su reconocimiento pero, inevitablemente las emociones siempre están presentes. Nos es imposible, aunque quisiéramos, eliminar el mundo emocional de nuestro ser.
Convengamos que cuando hablamos decimos un texto, el cual según la emoción que lo acompañe, puede significar cosas completamente distintas. La frase “me caes bien” tiene significados completamente distintos si lo digo desde la alegría o desde la rabia, sin cambiar el texto.
Esto nos muestra que el mundo emocional es relevante, interesante y siempre cotidiano. El hecho de ser emocionales y actuar motivados por ellas, es una característica clave de diferenciación con otros seres vivos y es donde se aloja la clave para comprender, la a veces compleja, acción humana.
¿Qué es una EMOCION?
Las emociones son miles y corresponden a una predisposición a la acción y están relacionadas con lo que nos motiva o mueve. Cuando queremos hacer algo son nuestras emociones las que nos activan a ello y por lo tanto, condicionan nuestros resultados. Por ejemplo, cuando tenemos pena es difícil que queramos salir a bailar, pero muy probable que queramos llorar, con rabia es posible que gritar o golpear la mesa estén más a la mano que en la ternura, donde surgen acciones cariñosas y amorosas de forma espontánea.
Esto nos demuestra que cuando vivimos un estado emocional ciertas acciones están más accesibles que otras. Es tal la fuerza a la acción que predisponen las emociones, que incluso bajo ciertos estados emocionales hay acciones que desaparecen completamente de nuestro repertorio; nadie se pondría a hacer bromas o contar chistes en un velorio y con miedo es muy probable que no logremos conversaciones relajadas y fluidas, que en una entrevista de trabajo puede ser vital.
¿Existen EMOCIONES Buenas y Malas?
El mito o creencia popular dice que sí, pero lo cierto es que no existen emociones buenas ni malas. Lo que sí sucede es que como sociedad hemos desarrollado ciertas explicaciones o juicios sobre las emociones que las han encasillado bajo esa clasificación. Existe un acuerdo implícito, un consenso, que ha atribuido una valoración positiva o negativa a diversas emociones. Por ejemplo, cuando vivimos la alegría es habitual que nuestro cuerpo reacciones con la risa, acción que es ampliamente aceptada y bienvenida. De hecho reír, es considerado una acción sana, un acto recomendable para la salud. La alegría no nos
incomoda, nos hace sentir bien y por lo tanto, la aceptamos como buena. Nunca se ha visto que a una persona sonriente y de buen humor la gente se le acerque para preguntar qué le pasa, si está bien o que no se preocupe, que se va pasar...
No son las EMOCIONES, son los JUICIOS El ser humano se mueve en el hacer. Esto es promovido y bien visto. Ser activo es considerado bueno; trabajar, hacer ejercicio,
cuidar bien de tus hijos, estudiar y ojalá todo al mismo tiempo, es señal de una buena vida y aceptado por la mayoría. Entonces, si las emociones nos mueven a hacer cosas, ¿por qué consideramos que existen emociones buenas y otras malas? La respuesta a esto es sencilla en la teoría, pero el hecho de hacerlo, es una confusión naturalmente humana; hemos fusionado la emoción con su explicación.
Siendo más precisos, confundimos la emoción con el juicio que tenemos sobre ella al vivirla. Además, hemos desarrollado una clasificación de esos juicios que ha arrastrado a las emociones, llevándolas a una clasificación de buenas y malas que no les pertenece.
Por lo tanto, no son las emociones las buenas o malas, sino los juicios que se generan de ellas. Un ejemplo concreto para explicar esta clasificación consensual está en la relación alegría versus la tristeza.
Cuando estamos frente a una persona alegre que ríe la motivamos, incluso es probable que se nos pegue, porque nuestro juicio le dio una valoración positiva, saludable y aceptable, por el contrario, frente a una persona que llora sacamos rápidamente un pañuelo, le decimos que va pasar, que no se preocupe, que no es para siempre, pero en el fondo, pedimos a gritos que pare de llorar!
En el caso de los hombres, culturalmente, el machismo exige que se corte de raíz el llanto; alguna vez habrán escuchado; LOS HOMBRES NO LLORAN! El juicio asociado a la tristeza es que es mala, el llanto no es aceptado con facilidad, te arruga la piel, es poco saludable y, por lo tanto, negativo.
En ambos casos, alegría y tristeza, estas emociones nos llevan a hacer cosas. Esa es la función de la emoción. Si culturalmente hay acciones que aceptamos y otras no, no es responsabilidad de la emoción, sino que el juicio sobre la acción. Por lo tanto juicio y emoción son cosas relacionadas pero distintas. Llevando esto a una acción, revisemos el caso del robo; robar es malo a ojos de todo el mundo, sin embargo, en la historia de Robín Hood no se ve tan mal porque ayuda a los pobres. La acción sigue siendo mala, es el juicio el que cambia y acepta algo que considerábamos negativo.
